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Aquí y Ahora (Un poco de Marruecos)

…De viaje por el desierto

Marruecos, Junio 2019


Rodeados por llanura y montaña por donde quiera que mires. Me gusta ver la sombra de las nubes en la inmensidad de la tierra, allá a lo lejos. Es como si entrara en un túnel del tiempo, en el cual no existe más nada que ese paisaje que veo a través del cristal por segundos, minutos, horas, que parecen infinitos. Mi mente logra ponerse en blanco y disfrutar del ahora. Eso es algo que a veces me cuesta, mi cabeza no para. Estoy en Buenos aires y pienso en viajar. Estoy viajando y pienso en buenos aires, en mi gente, mi gato, mis lugares… German dice que yo los viajes los disfruto en retrospectiva. Cuando ya pasó todo y que en el momento sufro de algo así como el “síndrome de parís”, voy con algunas ideas en mi cabeza y cuando estoy en el lugar en cuestión me desilusiono y me cuesta resetearme. Por eso me compre un libro que se llama “Usted está aquí”, de Aniko, para que me ayude a centrarme en el aquí y el ahora.



Volviendo al camino, sigo viendo montañas y el terreno austero y pedregoso… ¿Cuándo cambia el paisaje? ¿Cuándo comienza a aparecer la arena? Me resulta imposible imaginar el desierto cerca de nosotros.

Vamos de camino a Merzouga, en Marruecos. Viajamos con Hassan nuestro chofer y guía oriundo del desierto, conocedor de muchos idiomas, aunque callado, de mirada cansada y serena, que me reveló sus 37 años aunque todo el resto del grupo creyera que fuese bastante más. Ese juego me gusta, porque es difícil ver más allá de lo superficial y adivinar la edad de la persona. También viajamos con una madre catalana y su hijo y una pareja de Colombia. Salimos desde Marrakech, ciudad caótica si las hay. Y vamos camino a Merzouga una de las ciudades pegadas al desierto que queda a unos 560 km (aprox.).

Mientras avanzamos veo caminos inhóspitos. Veo tierra, rocas y montañas. Veo pueblos en medio de (lo que para mí es) la nada y en esos pueblos veo gente tapada para protegerse del sol y/o por religión. Veo niños con sus mochilas del cole, sonrientes, caminando a casa y charlando entre ellos. Veo peluquerías, mercados, gente con bolsas de la compra, gente debajo del toldo de un bar, probablemente bebiendo the de menta. Motos con trailers (llenos de paja, maderas, alimentos, restos de animales).


Veo muchísimos edificios enormes sin terminar, murallas que encierran los barrios antiguos y otras que encierran barrios en el medio de la nada. Kazbahs abandonadas, hoteles, carteles en árabe y bereber, francés e ingles (mucho “panoramic view”-Vista panorámica). Veo palmeras y espacios verdes entre las montañas secas.

Veo a mi novio, mi compañero de viajes, de vida, sentado en el asiento delantero al lado de Hassan. Veo los ojos de Hassan y su turbante negro y blanco en el espejo retrovisor. ¿Será feliz?


Veo gente caminando al lado y encima de la ruta. En el horizonte solo veo ruta y montañas. Comienzo a ver un poco de arena a los lados mezclada entre las rocas del suelo. Veo un esqueleto de dinosaurio gigante a modo de atrae la atención del turista y Hassan nos dice que hay restos fósiles en la zona. Veo muros y arcos que no encierran nada, en el medio de la nada. Parecen nuevos, ¿Qué hacen ahí? Pero ni Hassan sabe bien que son, nos dice que algunos de esos marcan principios y fin de zona. Y nos dice también que en general los argentinos preguntamos muchas cosas. Nos reimos, es verdad.

Eventualmente llegamos a Merzouga donde nuestro guía nos dejo en el lobby de un hotel a la espera de nuestro próximo transporte (los camellos) y se fue a visitar a su madre.

Desde el patio del hotel se veía el desierto, bueno una pequeña parte del desierto. Porque según google, “por su tamaño el Sahara podría ocupar más del 90% de Europa y a pesar de esas dimensiones tan colosales solo ocupa una pequeña parte en Marruecos, cruza todo África de extremo a extremo, del Atlántico al Mar Rojo”.



Y finalmente estamos arriba de los camellos! Nos encantó ver los colores de las dunas gigantes que cambiaban a medida que pasaba el tiempo. Vimos un atardecer espectacular y sumergimos los pies en esa arena, tan distinta a la de la playa, suave, seca, calentita. Comimos Tajine preparado por nuestros anfitriones y escuchamos la música de los instrumentos de percusión bajo la luz de la luna (no faltó el Waka Waka y la participación de los invitados para bailar alrededor de la fogata que hacen casi todas las noches imagino).

No queríamos dejarlo ahí y nos acercamos para hacer un poco de intercambio cultural. Así nos quedamos un rato con nuestros nuevos amigos árabes y bereberes para hacer origamis (en africa también disfrutan de hacer figuras de papel!) y escribir nuestros nombres en árabe y otras palabras bereberes. Para cerrar el día, dormimos en nuestras jaimas, carpas privadas que superaron el concepto “acampar” escuchando la música del desierto, silencio total.



Al día siguiente emprendimos el camino de vuelta para encontrarnos con Hassan. Todo paso tan rápido! Yo no me quería ir, quería quedarme ahí en esa quietud, ese silencio, quería otra oportunidad de ver las estrellas, el atardecer. Pero cuando quise darme cuenta ya estábamos volviendo a Marrakech.


A pesar de ser una excursión de turismo mas tradicional, nos gustó mucho la experiencia, ya que la gente emana una energía super agradable. A mi me dio la sensación de que disfrutan cada noche de su desierto y que recibir turismo no solo les da de comer, sino que su hospitalidad innata hace que no les resulte agobiante o molesto. Me hubiese gustado quedarme más tiempo y conocer mas a la gente de Marruecos.


Por suerte, aun nos quedan algunos días para ver más de Marruecos y escuchar nuevamente una palabra que recobró significado para mí en este lugar: “Bienvenidos”.



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